Los obejtos de librería, las herramientas (aunque no sepa usarlas), entrar a bazares cuando me los cruzo, tener libros, guardar fotos, hacer listas de cualquier cosa, juntar intuiciones y ver qué pasa…
Cada quien tiene pequeños o grandes gestos que juntos arman el circuito de sus usos y costumbres. Un particular ADN hecho de hábitos y rituales que pueden producir orgullo o resultar incluso hasta vergonzosos pero inevitables.
Colecciones, fetiches, antojos, actos reflejo, desobediencias, elecciones.
A mi me resulta inevitable volver de mis paseos casuales o viajes (no son tantos, tampoco), con compras incomprensibles y totalmente ilógicas. Objetos de uso cotidiano sin mucho valor que nada tienen de original y que compro por impulso cuando ando en estado de ocio.
Como Osías en el bazar, hay veces que quiero todo y mucho más.
Un par de vasos, platos enlozados, ollas, cacharros de barro, condimentos, manteles… cosas frágiles o pesadas que luego cargo, protejo y celo como tesoros encontrados. ¿Por qué?
Sigo sin enteder qué hace que se vuelvan irrestistibles; qué imán tienen esos objetos que hacen que vuelva sobre mis pasos o ande como sabueso buscando algo perdido.
Pero si hay algo que une a esta colección es su poder de evocar el momento de la conquista. Cada vez que las uso, algo vuelve.